“Comprendimos que no es solo el trabajo doméstico de las mujeres lo que supone un recurso de libre apropiación para el capital, sino también lo es el trabajo de los pequeños campesinos…”
Maria Mies (1)
“Se estima que si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, aumentarían el rendimiento de sus explotaciones agrícolas entre un 20 y un 30 por ciento, sacando de 100 a 150 millones de personas del hambre”
Las mujeres representan alrededor del 50% de la fuerza formal de producción de alimentos den el mundo y ocupan un rol predominante en la producción de alimentos a pequeña escala, la preservación de la biodiversidad y la recuperación de las prácticas agroecológicas. Según Naciones Unidas en América Latina solo un 30% de las mujeres poseen tierra y apenas el 5% tiene acceso a asistencia técnica. (2)
Según los datos del Registro Nacional de la Agricultura Familiar (RENAF), estas brechas se reproducen en nuestro país. Al 30 de agosto de 2020 en Argentina el 45% de las personas registradas en núcleos de agricultura familiar son mujeres (152.293), y solo el 10% de estos núcleos se identifican con jefatura femenina. Estos datos expresan que si bien existe una participación igualmente significativa, esta se encuentra asimétricamente valorada. (3)
La ley de Reparación Histórica de la Agricultura Familiar para la construcción de una Nueva Ruralidad en la Argentina, ley 27.118; establece como uno de sus objetivos “contribuir a eliminar las brechas y estereotipos de género, asegurando la igualdad de acceso entre varones y mujeres a los derecho y beneficios consagrados en la presente ley, adecuando las acciones concretas e implementando políticas específicas de reconocimiento a favor de las mujeres de la agricultura familiar” (ART 4 inc c)
Los organismos internacionales recomiendan generar políticas orientadas a otorgar a las mujeres el derecho a los recursos económicos en condiciones de igualdad, así como el acceso a la propiedad, el control de las tierras y otros bienes, a servicios financieros, a la herencia y a los recursos naturales. (4)
Si bien las mujeres rurales participan de las distintas actividades que competen a la agricultura familiar campesina e indígena, el trabajo de las mismas se encuentra doblemente invisibilizado. El aporte de las mismas se encuentra dividido entre lo que se considera trabajo “productivo” y trabajo “reproductivo”, asociado a las tareas de cuidado y alimentación de las familias campesinas.
Hay una coincidencia en la ausencia de salario para ambas actividades, lo que supone un lugar de pérdida de derechos para las mujeres rurales. Al no ser dueñas de la tierra que trabajan, ni de los bienes inmuebles, también incide en su falta de acceso al crédito al no contar con las garantías tradicionales requeridas.
En el imaginario nacional las mujeres, incluso los procesos productivos a los que ellas se ven asociadas, suelen ser significados como labores domésticos del campo: huertas y producción de los alimentos para la misma unidad familiar. (5) Por lo tanto la mujer es reducida a la “ama de casa” y al trabajo no reconocido en la explotación agraria.
Este imaginario refuerza la superposición de tareas, en cuanto a que en las unidades productivas familiares suele no haber una clara distinción entre las tareas “productivas” y “reproductivas” para las mujeres, por lo que refuerza la presión sobre ellas en cuanto a las tareas desarrolladas diariamente.
El trabajo femenino rural tiene escaso o ningún reconocimiento como trabajo en sí mismo y además queda invisiblizado como trabajo valorado dentro de las estructuras de prestigio. La desigualdad retributiva de la valoración económica y social del trabajo femenino es pronunciada en el mundo agropecuario. La dependencia económica de las mujeres rurales con respecto a los hombres se incluye como elemento constitutivo del género en el imaginario argentino. Es hora de reconocer en las cuentas nacionales su trabajo, pagado y no pagado.
En Argentina según estudios recientes, se calcula que en promedio las mujeres dedican 6.4 horas diarias a las tareas de trabajo de cuidad no remunerado. Así también en los países de bajos ingresos, las mujeres de las zonas rurales dedican hasta 14 hs, evidenciando también la brecha entre las mujeres rurales y urbanas. (6)
Durante la pandemia estas brechas se intensificaron aún más, ya que no solo aumentaron en alrededor de 4 hs las tareas de cuidado no remunerados sino que también se intensificó la producción agropecuaria, lo que supuso una doble presión sobre las mujeres rurales.
El modelo agropecuario argentino está atravesado por un fuerte orden de género orientado a la asimetría en la posición entre hombres y mujeres en la generación, circulación, distribución y apropiación de los recursos materiales y simbólicos disponibles en la sociedad argentina. (7) Esto significa un acceso diferencial a la tecnología, el crédito, la maquinaria, la renta, el capital y fundamentalmente la propiedad rural.
Existen estudios que refieren a la relación entre la participación de la mujeres con el nivel de tecnología e intensidad del trabajo usados en la agricultura: los sistemas que solo disponen de herramientas muy elementales son sistemas feminizados (mayor participación femenina). (8) La falta de acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra , el régimen económico del matrimonio, los sistemas de herencia y las prácticas culturales explican también la forma y participación de las mujeres en la producción agraria. La situación de vulnerabilidad social, económica y habitacional de gran parte de las familias campesinas hace más intensa la participación de las mujeres (incluso de niños y niñas) en los procesos productivos de producción y reproducción.
La modernización de la agricultura en América Latina ha reducido las alternativas para las mujeres, que no tienen otras alternativas más que elegir entre proletarizarse o emigrar. Solo ven solicitada su intervención donde se valoran los dedos delicados: recolección, selección y empaquetado de frutas, hortalizas y flores; a destajo y solo durante un periodo.
En líneas generales se puede afirmar que el trabajo de las mujeres en la agricultura latinoamericana se concentra en los dos extremos de los sistemas agrarios: explotaciones familiares de subsistencia (indígenas en gran parte) y cultivos comerciales intensivos, que requieren gran cantidad de mano de obra (frutas, hortalizas y flores).
La herencia colonial es en gran parte responsable del dominio de los sistemas “masculinos” con escasa participación de las mujeres, esto es válido en especial para los países templados con agricultura cerealista muy mecanizada con grandes explotaciones como Argentina. La tecnificación y mecanización de la explotación agropecuaria extensiva supusieron la eliminación de la mano de obra “poco calificada”, que generalmente es la femenina.
Este proceso explica la emigración rural de las mujeres haya sido elevada. (9)
Las mujeres retienen algunos trabajos agrícolas manuales (como la siembra), la cría de ganado y el almacenaje de alimentos, e incluso el transporte y comercialización de los excedentes de productos alimenticios de primera necesidad hacia los mercados locales. Los hombres por su parte realizan los trabajos relacionados con el arado, controlan y venden los productos destinados a los mercados nacionales o internacionales.
La falta de oportunidades de empleo para las mujeres rurales en los sistemas productivos extensivos y altamente mecanizados ha concentrado la mayor participación femenina en el agro en la agricultura familiar campesina e indígena. Las mujeres perciben una minina parte de los beneficios monetarios, al vincularse a productos poco o nada comercializados. Bajos salarios se benefician de la idea tradicional de que el salario percibido por las mujeres es “suplementario” del salario masculino.
Las mujeres por lo tanto son un factor central en la producción de alimentos en nuestro país, elemento central para el desarrollo de políticas orientadas al plan de lucha contra el hambre y la soberanía alimentaria.
Tal como expresamos anteriormente, la pandemia no solo significó una mayor carga de trabajo tanto remunerado como no remunerado para las mujeres de la agricultura familiar, sino que las características de su inserción en las actividades productivas agropecuarias supusieron otras dificultades.
Gran parte de las mujeres de la agricultura familiar, campesina e indígena generan, dirigen y gestionan proyectos propios y asociativos de agregado de valor a sus producciones primarias, tanto en la elaboración de alimentos como en artesanías y otras actividades derivadas.
Ellas también, como indicamos anteriormente, suelen dedicarse a las tareas de comercialización en los mercados y puntos de venta cercanos a sus unidades productivas, actividad que se encuentra fuertemente afectada por el desarrollo de la pandemia, y las medidas de aislamiento preventivo y obligatorio que fueron necesarias tomar ante esta situación.
Por este motivo los proyectos propios y asociativos de mujeres o con participación mayoritaria de las mismas, debe ser especialmente asistidos por el estado nacional en post de su sostenimiento, reimpulso y fortalecimiento.
En un estudio reciente realizado para diagnosticar la situación de las mujeres rurales, urbanas y disidencias en Argentina durante el contexto de COVID-19, se reflejó la intensificación de ciertas problemáticas vinculadas a la vulneración de derechos que sufren las mujeres rurales y originarias. En particular, los conflictos territoriales y tenencias precarias de la tierra, las violencias institucionales y el acceso al agua potable y a internet. Un 20 % de las mujeres rurales y originarias abordadas por el estudio, afrontó situaciones de violencia de género durante la pandemia. La gran mayoría afirmó ser responsable de las tareas domésticas y de cuidado y que las mismas aumentaron durante la pandemia, también describieron la agudización de problemas vinculados al acceso a alimentos, educación y trabajo. Las mujeres reforzaron la importancia vinculada al sostenimiento del tejido comunitario y las redes solidarias, reconociéndose como protagonistas de su funcionamiento. Además, manifestaron la importancia de su rol en la preservación de la naturaleza y la defensa y el control de los recursos naturales (semillas, agua y territorio). (10)
Las explotaciones agrarias de la agricultura familiar campesina e indígena suelen tener reducida extensión, dificultades en la regularización de la tenencia uso o explotación de la tierra, y un proceso de intensificación del trabajo familiar no remunerado. Todo esto repercuten en que las mujeres se responsabilicen del proceso productivo pero también de aquel ligado al autoconsumo, mientas que con frecuencia los hombres deben emplearse de forma estacional en grandes explotaciones u otras actividades económicas, lo que los fuerza a emigrar de manera temporal.
Esta situación reafirma el rol central de las mujeres en el arraigo rural y su relación directa con el mantenimiento y desarrollo de las actividades agropecuarias ligadas a las unidades productivas familiares campesinas e indígenas durante todo el año.
Dicho esto, resulta evidente que la imposibilidad de las mujeres de disponer de los bienes que en la unidad productiva se encuentran, fruto de las brechas que anteriormente analizábamos, pone a las mujeres en una situación de mayor vulnerabilidad respecto a la posibilidad de sufrir violencia tanto física, psicológica y sexual, como económica. Esta última es una forma de violencia muy común en la ruralidad, y escasamente visibilizada, incluso por las propias mujeres rurales.
La conjunción de distintos tipos de violencia es causa y consecuencia de las asimetrías antes descriptas, y buscar las formas de erradicarlas no solo es una obligación del estado argentino, sino un método para subsanar las diferencias que en la ruralidad subsisten.
(1) Mies: 2014 “Patriarcado y acumulación a escala mundial” Editorial Traficante de Sueños
(3) S.Ferro 2012 “Genero y propiedad rural” UCAR 2012.
(4) OEA
(5) A. Arce y Apático Alcivar “Género y trabajo en el campo argentino. Discursos y representaciones sociales (1946-1962)” Universidad de Quilmes. Mundo Agrario, vol.*9, n 17 segundo semestre de 2008.
(6) “Los cuidados, un sector económico estratégico. Medición del aporte del Trabajo doméstico de cuidados no remunerado al Producto Interno Bruto” Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Genero, Secretaria de Política Económica, Ministerio de Economía agosto 2020.
(7) S. Ferro “Genero y Propiedad Rural” UCAR, 2015.
(8) Martinez, Rodriguez Moya Díaz Muñoz “Mujeres, espacio y sociedad. Hacia una geografía del género” Ed Síntesis. : 1995.
(9) Martinez, Rodriguez Moya Díaz Muños OP CIT
(10) Bidaseca, Aragão, Brighenti, Ruggero (2020). Diagnóstico de la situación de las mujeres rurales y urbanas, y disidencias en el contexto de COVID-19. Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, CONICET y Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad.